Victoria Vángelis era una viuda negra, escribió en un cuaderno. Y así empezaba siempre pues no se le ocurría una frase
mejor para iniciar sus memorias. Esa era ella, una viuda negra. O una
exitosa novelista reconocida que cubría
a una viuda negra, pensó mientras bebía
su cerveza en aquella posada cerca del puerto de la ciudad española de
Corcubion.
Era una mujer rubia, alta, de extraordinario físico y
enormes ojos verdes que en 54 años siempre había obtenido al hombre que quisiera. Claro que los finales de esos
hombres siempre eran trágicos, muy trágicos,
y aquellas tragedias conmovían a los lectores de sus lacrimógenas
novelas de amor.
-
Si Romeo y Julieta tienen fuerza es por la muerte. Por eso
cuando quiero cerrar una novela leo policiales en el diario.- explicaba. Y aquellos muchachos hermosos, exitosos, con toda su vida por
delante truncadas violentamente y que no
dejaban para la policía ni una sola
pista siempre parecían inspirarla y convertirse
en best seller.
Pensó
que en sus memorias debía ser honesta y poner a todas sus víctimas. Ningún hombre que
hubiese pasado por ella había sobrevivido. Ni siquiera el
padre de su única hija, Samantha, la pequeña nerd estudiante de maestra jardinera, había llegado a vivir con
su hija hasta los tres años. Ella se había aburrido antes, aparte de necesitar inspiración para
su nueva novela. Pero no había
importado, Sammy no lo había necesitado,
había tenido una vida feliz y tranquila.
Bebiendo otro trago de cerveza y sabiendo que los hombres la
miraban con ganas de ir a su hostal,
Victoria pensó que si debía ser honesta en sus memorias
debía poner también que
Samantha, su hijita, la luz de sus ojos,
era la culpable de su única víctima viva.
A Alberto lo había conocido un año atrás en un bar muy parecido a ese y
le había gustado de inmediato. Alto, moreno, atlético y de aspecto de fortuna, apenas se miraron ella le sonrió
con deseo de tenerlo en su cama y en sus obituarios.
Alberto no le propuso ir a su hostal esa noche. Victoria no se hubiese negado, jamás lo hacía, pero
Alberto no se lo había propuesto y quedaron en verse de nuevo en ese bar la
noche siguiente. Él era español. Ella le contó que era argentina y a él le había dado mala espina. A la tercer
cita le contó que tenía una novia argentina a la que
había conocido por internet con la que planeaba casarse.
-
No soy celosa- le había dicho antes de comerle
la boca- aparte estaré en España dos meses por promoción de una novela y lo que
pasa en España se queda en España.
Esa noche finalmente sí había llevado
al hostal a ese chico 30 años menor.
Los dos meses fueron de lujuria y
planes. Planes de accidente, planes de venenos, planes de sepelios, planes de
coartadas. Viajada y lista, Victoria era
una experta en alquimias mortales.
Alberto estaba sólo en España. Sólo hablaba de su
culpa por su novia y de su pasión por Victoria. Si lo mataba nadie lo
encontraría en varios días. Podría usar algún preparado que tardase hasta 96 horas para desaparecer
en sangre, calculó. Y por eso planeó la
noche de dejar su hostal para ir al departamento de estudiante del chico.
Era un caos. Se amaron en cada
cuarto. Victoria manejaba la situación
como siempre y gritaba de placer
sin dejar de pensar en la jeringa en su
cartera.
Cuando lo dejó agotado fue a buscarla
pero dio una pequeña vuelta por el
departamento aunque sin curiosidad.
Allí encontró la foto. La foto de él con su noviecita de internet. La foto de él con
la cornuda. La foto de él con Samantha.
Pensó en matarlo, pensó en que había
engañado a su hija, pensó que era propio de la nerd de Samantha buscar
un novio por internet.
Victoria Vángelis era una viuda
negra. Pero también era una madre. Y se fue
del departamento dejándolo vivo y lleno
de dudas.
Le había mandado mensaje.
Victoria había contestado contundente. “¿Conocés a Samantha Bina?. Es mi hija. Te
espero en Buenos Aires, yernito”.
Victoria Vángelis era una buena
actriz. La boda fue hermosa, la cubrieron los medios. Ni ella ni Alberto
volvieron a hablar.
Literalmente, pensó. Alberto
nunca volvió de la luna de miel. Se lo había contado Sammy por mensaje de
texto. “Alberto tuvo un accidente. Cayó
por el balcón del hotel”.
Un muchacho la miró con insistencia.
Victoria le sonrió y le hizo una seña
con el vaso. Era lindo. Se parecía a su ex yerno pero a este no tenía que dejarlo vivo.
Arrancó la hoja y antes de que el
chico se acercara decidió que sus
memorias comenzarían mejor con
otra frase:
“Victoria Vángelis y su hija,
Samantha Bina, eran viudas negras”
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